Una tierna caricia, una caricia con decision, y el tiempo se
detiene, el mundo entero se calla y contiene el aliento. Es ensordecedor
el ruido del silencio. Ochenta mil corazones dejan de palpitar. Cada
hombre, niño, cada mujer clava la vista, con la boca entreabierta y los
ojos que se le salen de las cuencas; y va, vuela. El planeta freno sus
vueltas, la lluvia se congelo en ese instante en que comenzo a girar
contra las agujas, aunque en el medio, un personaje bien peinado y
vestido todo de negro, atonito, sabe que en su muñeca el reloj hizo una
pausa para no perderse el momento.
Va, estrellando gordas gotas suspendidas, todas las luces le
apuntan. Por cuatro segundos, paran las guerras, los aviones no vuelan,
el agua no hierve. Por un instante, la gente no muere. Nada mas se mueve
en todo el mundo.
Las cuatro sombras que van barriendo el piso clavan los pies de
todos. Solo un lento rotar de los cuellos acompaña el vuelo, triunfal o
austero, a traves del aire inmovil. Ausente de todo, sigue su orbita
curva. Velozmente recorre mas de treinta metros en un pestañeo, pero
nadie pestañea. Los parpados no se atreven a moverse, mientras va.
El final se acerca, pero solo ella, caprichosa, sabe como va a
terminar, como esperando que aquel descarado que no se hubiese dado
cuenta la mirara tambien, admirara su belleza, y su crueldad.
Finalmente, en la Tierra en silencio, resuena un beso. Un sutil sonido
metalico que alarga la agonia atragantada un momento mas. Suspira como
rendida. Sonrie victoriosa, como un Dios destructor pero misericordioso,
que no entrega la alegria hasta despues de hacer sufrir, y cae muerta
contra la red del fondo.