domingo, 9 de diciembre de 2012

La señora del saco gris


Sus rutinarias zancadas lo iban llevando a Constitución, al mismo tiempo que las estrellas iban borrándose del cielo dejándolo solo en su camino hacia allí. Al cabo de convertirlas en unos pasos cortos cuando llegó, hizo un intento de sonrisa mostrándole sus dientes amarillos al jefe, esos mismos que se mantenían en su boca exasperadamente cerrada cuando esas masas que remolcaba de aquí allá se quejaban del tráfico, de la tardanza insignificante, de tener que caminar unos centímetros de más hacia la puerta, de miles de cosas que no había una mínima certeza para involucrarlo a él. Pero no era tiempo de dejarse llevar por la amargura y depresión que le generaba todo aquello, aunque mucho más no cabía en un colectivo de Capital Federal; sino de relajarse y poner un pie en el acelerador.
Algunos tapizados desgastados de los asientos comenzaban a cargar una mínima raya de luz solar. A su vez, se preparaban para recibir el cuerpo de esos ineptos del humor o de la amabilidad. Miró el piso que debía ver todos los días a las 6.30 y llegó, aún con los ojos entreabiertos, a la segunda parada. Aún el 59 se encontraba vacío y lleno de tranquilidad, la que comenzaría a escacharrar, como todos los días que él trabajaba, la señora del saco gris. Sin ojearla ya, pues daba por seguro que era ella por su paso lento y su exagerada subida costosa al colectivo, marcó la suma correspondiente de dinero en la máquina, apenas pudo cerrar la puerta.
Avanzó y cruzó la cuadra. La señora había colocado las monedas lentamente, y se había quedado quieta allí, a solo a uno o dos pasos del chofer. No le preguntó nada, por lo que el hombre no se molestó en lo más mínimo en verla de pie.
Más personas comenzaron a subir, y él, concentrando su cabeza en ver con sus oídos el marcado correspondiente a pagar, no notaba lo que estaba pasando detrás de su asiento ajetreado, de las fotos aburridas de su familia tapando parte del espejo que le permitiría ver a la gente que transportaba, que por suerte, no soltaba un mínimo susurro.
El sol le golpeaba su cara ya, y se relamió los labios para hacer algo mientras esperaba como más y más personas iban entrando a su vehículo. No se sorprendió por la gran cantidad, aunque lentamente el extraño silencio entre tantas personas logró captar su atención.
En un semáforo rojo, se detuvo para observar un poco el panorama. La mirada fija de la señora de gris, estaba en dirección a él. Se enderezó, un tanto intimidado, y volvió a mirar al frente. Sus manos comenzaron a largar un poco de sudor y las pegó al volante, haciendo de cuenta que iba a avanzar, pero el semáforo aún le prohibía el paso. Intentó con disimulo volver a dar la vuelta, y allí la vio de nuevo a la señora, encontrándose en el mismo lugar que el que había estado desde que se subió, teniendo asientos vacíos a su derecha e izquierda pero aún parada, con un rostro seco que se apoderaba de la mezcla de tranquilidad y aburrimiento del chofer.
Con un hilo de voz, se atrevió a preguntarle a la mujer si necesitaba algo. Espero un rato la respuesta. La esperó como esperaba ver el ausente verde que le cedería el paso. Pasaron unos segundos, u horas, no estaba seguro, y decidió mirarla por el espejo para intentar ahuyentar su miedo, y fue allí cuando notó todo el amarillo correspondiente al tapizado de todos los asientos. Saltó de su sitio, y dando la vuelta vio que estaban todos los lugares para sentarse disponibles. Todos. Y lentamente, mirando a todo el gentío apretujado desde sus pies, subió su mirada hasta encontrarse con los ojos de las personas, que solamente se dirigían a él.
Movió la cabeza rápidamente de derecha a izquierda como despabilándose. Miró adelante, y vio el semáforo en verde. Se relajó, y pisó el acelerador. Había sentido que se había detenido durante dos horas.
Habría avanzado uno o dos cuadras, cuando volvió a encontrarse el rojo penetrante del semáforo. Otra vez se detuvo, un tanto perplejo, y evitando mirar hacia atrás, se puso a esperar nervioso el cambio.
No pasaba nada. Sentía que había enloquecido. El cielo estaba oscureciendo ya, y aún no había terminado ni su primer recorrido promediado de dos horas, que había comenzado a la mañana.
Tosió lo más falso posible como para hacer algo, y volvió a dar la vuelta y ahí sí, asustado, se levantó de su asiento y se acorraló contra la pared como para defenderse de todas esas miradas de terror.
La gente lo siguió observando, no sirvió de nada. Y con un especie de anhelo de libertad, intentó abrirse paso entre la gente de su izquierda para llegar la puerta para escapar de ese caos de gente y de miedo. En tan solo un único metro hacia ella, había millones de personas. Empujó, golpeó, incluso gritó, pero no sirvió de nada. Hizo un último intento para llegar, y las personas agrandaron su tamaño, y en ese momento, se hundió entre ellas, llegó al piso, y viendo todo borroso, se intentó sujetar por una pierna para volver a pararse, pero al subir, chocó su cabeza con el bolso duro de la señora de gris, cayendo muerto al piso, a ese mismo que veía todos los días desde las 6.30.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Casa mental.

 Perdida en mi manzana, en mi cabeza, en mi conciencia. Rogando que me oigan, que me quieran, que me salven. Subo escaleras, las recorro y luego bajo. Abro puertas, las golpeo y no me encuentro.
 La nostalgia aparece por la ventana, y la melancolía toca el timbre.
 Suaves gotas caen, casi llovizna, pero la cáscara de la manzana me protege. ¿Será que no está tan mal estar acá? ¿O la locura no me deja abrir los ojos?
 Veo un bosque, pero no es verde, ¿acaso los vidrios me impiden ver color? Todo se vuelve gris.
 Oigo ruidos, creo que es la batalla entre el comienzo y el final.
 Ahora escucho un leve canto, debe ser un pecado que intenta seducirme.
 A lo mejor será peor no dormirme por temor. Prefiero el sueño, porque en ellos yo decido como un dios.                                                            
                                                                           

martes, 13 de noviembre de 2012

El segundo del cuarto

La postura incómoda no fue suficiente para levantarlo de la cama. Tampoco el deber de ir a su entrevista para conseguir de una buena vez el empleo, pero el ruido que se iba a acercando de a poco fue suficiente; giró la cabeza, atemorizado, y al no ver a nadie se relajó. Volvió a hundir la cabeza en su almohada y sus ojos en los párpados. El sueño se había marchado por completo, es por eso que comenzó a utilizar su mente para imaginarse las grandes cantidades de dinero que podría ganar. Enérgico repentinamente, decidió escapar de sus ojos cerrados, se incorporó hasta que hubieran sonado todos los huesos de su espalda, y arrastró la frazada que llevaba encima fuera de su cuerpo. De repente, el ruido abrupto se volvía a acercar. Fue entonces que miró para todos lados, pero ya era tarde cuando encajó su mirada exactamente en el lugar donde se formaba el ruido cada vez más alto; la aguja del reloj, con un sólo golpe y en cuestión de un segundo, acabó por matarlo.

jueves, 6 de septiembre de 2012

"Tres mujeres tejen una manta que llevarán a la orilla del río"

Tres, golpeando percuten enérgicas a vista de todos, a vista del sol. Sienten porque son
mujeres, porque son lo que serán, tienen ahínco en su ritmo de soledad.
Tejen el día, tejen la luz. Bailan para nadie y corren como el caudal, que se
una su corazón. Que sigan sintiendo. Haciendo vibrar, exaltando la sutil claridad.
Manta de aire eleva cabellos, tira hacia arriba, confunde los espíritus
que ensueñan la tierra; no pueden levantar sus cabezas y se
llevarán a la boca un bostezo. Viaja por toda la gente, llega veloz
a una de ellas. Y se desata la lucha, el poder es profuso y la fuerza se mantiene estable.
La podrán desalojar cuando se acabe, pero no antes del tiempo necesario. Finalmente, recorre la
orilla del parche y se va volando, a someter a otras personas con su suspiro.
Del sol que ya se oculta, las mujeres se despiden. Siendo las que eran aunque a sus pies se haya secado el
Río.

jueves, 16 de agosto de 2012

La partecita de cualquier líquido.

 Se quita la ropa, el vapor empieza a hacer imposible mirarse al sistema constituido por una superficie lisa y pulimentada en la que se reflejan los rayos luminosos.
 Al meterse bajo el agua nota que el nivel térmico no es el adecuado y cierra un poco el grifo que regula el frío.
 Una vez adaptado el cuerpo al líquido formado por la combinación de un volumen de oxígeno y dos de hidrógeno, toma la loción para lavar el cabello y la revuelve en su cabellera. La espuma invade su cabeza y una gota revoltosa cae en uno de sus ojos casi negros. Ardor extremo.
 Luego de quitarse la loción, llena su cabeza de acondicionador, suave y patinoso, mientras aprovecha para jabonar el objeto que, por su elasticidad, porosidad y suavidad, sirve como utensilio de limpieza.
 Al terminar de enjabonarse el cuerpo, se quita la crema de enjuague y la pasta resultante de la combinación química de un álcali con los ácidos grasos, soluble en agua, que sirve comúnmente para lavar.
 Cierra la llave que sirve para cerrar o dar salida a líquidos con sus manos arrugadas por el tiempo bajo el agua. Se escurre el cuerpo y toma el lienzo para secarse que salva, que la protege de la sensación experimentada por el organismo cuando su temperatura es mucho más elevada a la de otro cuerpo que le roba calor.
 Sale de la pila que sirve para bañarse y con la mano intenta limpiar el húmedo espejo. Se mira y lo único que logra ver es el maquillaje corrido, corrido como si hubiera derramado lágrimas durante muchos intervalos de tiempo equivalentes a una veinticuatroava parte del día.

jueves, 9 de agosto de 2012

Delirio.


 Abundaban besos, caricias, delirantes enamorados fantaseando gozar historias, imaginando juegos; lángidas mujercillas negligentes, ñañosas, ostentaban pedidos, quejidos rigurosos; sueños tristes, usurpados, vacíos.
 Walkmans, xerocopias y zagalas.
                                                                           

daguerrotipo

Álgida bacana colúmpiase chispeante desyugando embravecidamente follajes gnomónicos. Hinca inverecunda jacarandáes klimtianos lindando magmas nonplusultra. ¡Ñiquiñaque! Olfatea pachulí querendona radicando salvajes tenores. ¿Utopía? Vacuos wagon-lit , xenofilia yuppies, ¡zambambo!

jueves, 2 de agosto de 2012

De verano sos



De verano sos.

Que casi cayendo solo

te sin esperanza quiero

por ahí, flotando en aire

es tuyo, mío y de nadie.

Que te miro, sin callarte

me miras, sin hablarme

si no fuera por mi, creí,

me guiñaste un ojo.

Tienes en tu exigencia

que boquita redonda incita,

pena de no tenerte mucho

sentirte propio, cualquiera

tientas sin remota culpa

que venga y pulpa arranque

termine mi desolada aventuria

comience apenas extrañarte.

¡Ah! mi damasco

de pasiones colmadas,

de verano sos.


jueves, 12 de julio de 2012

Rumbos de Vida


Microscópico, sigilosa va.
Trepa que trepa.
Ve los paisajes
mira las horas en agujas de bordar.
Pequeñas fisuras
que nadie quiere arreglar.
Nada corriente arriba
sin otra solución
hacia la esperanza.

Aferrada a ellos,
descubre detalles sin dejar de viajar.
Cuando rendida se detuvo,
entonces se vendió,
se mudó y se dejó llevar.
¿Entonces que?
Entonces continuar,
perdurando en cada lugar
en vez de cambiar sin motivo alguno.
Como enredándose en todo
lo que vio y aprendió de ellos.

Sabe que algo va,
a llevarla lejos,
hacia abajo.Aferrarse
a su incompleta identidad,
sus retazos de fisuras microscópicas,
la broza que no sirve más.
Aprender a dejar algo detrás,
constar que su color debe avanzar,
nunca parar su rumbo
y no dejar
 de ir atravesando paredes
hasta chocar,
con el amigo que juega,
con agujas de bordar
de coser arrugas de nostalgia.

Para cruzar la tarde
con los primeros paisajes
para luego hundirse
en la soledad de comprenderse
y sentirse vieja.
Y a la vez, sin viajar,
sin cambiar, no estar más.


a partir de: "Soy el oso de los caños, subo por los caños en las horas de silencio, voy por los tubos de departamento en departamento y soy el oso que va por los caños" de Discurso del Oso, de Julio Cortázar.