Se quita la ropa, el vapor empieza a hacer imposible mirarse al sistema constituido por una superficie lisa y pulimentada en la que se reflejan los rayos luminosos.
Al meterse bajo el agua nota que el nivel térmico no es el adecuado y cierra un poco el grifo que regula el frío.
Una vez adaptado el cuerpo al líquido formado por la combinación de un volumen de oxígeno y dos de hidrógeno, toma la loción para lavar el cabello y la revuelve en su cabellera. La espuma invade su cabeza y una gota revoltosa cae en uno de sus ojos casi negros. Ardor extremo.
Luego de quitarse la loción, llena su cabeza de acondicionador, suave y patinoso, mientras aprovecha para jabonar el objeto que, por su elasticidad, porosidad y suavidad, sirve como utensilio de limpieza.
Al terminar de enjabonarse el cuerpo, se quita la crema de enjuague y la pasta resultante de la combinación química de un álcali con los ácidos grasos, soluble en agua, que sirve comúnmente para lavar.
Cierra la llave que sirve para cerrar o dar salida a líquidos con sus manos arrugadas por el tiempo bajo el agua. Se escurre el cuerpo y toma el lienzo para secarse que salva, que la protege de la sensación experimentada por el organismo cuando su temperatura es mucho más elevada a la de otro cuerpo que le roba calor.
Sale de la pila que sirve para bañarse y con la mano intenta limpiar el húmedo espejo. Se mira y lo único que logra ver es el maquillaje corrido, corrido como si hubiera derramado lágrimas durante muchos intervalos de tiempo equivalentes a una veinticuatroava parte del día.
1 comentario:
¡Si, éste era el que más me había gustado!
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