Quiero apretarte entre mis brazos hasta que te crujan las costillas y la
presión sangre por tus orejas. Quiero partirte las piernas, quiero
arrastrarte de los pelos de la nuca hasta el otro lado del salón. Quiero
verte llorar y oir tus gritos, que empiezan como súplicas y se van
tornando en aullidos.
Deseo rasgar tu remera, agarrarte y levantarte de la piel del pecho
hasta apoyar contra el suelo los huesos que te dieron pie. Deseo sacar
del banco las maderas y estamparte las manos, con los herrumbrados
clavos, contra la pared hasta que te sostengas.
Quiero calentar mi encendedor y quemarte el vientre una y otra y otra
vez, y cuando ya no lo sientas, quemarte los ojos con la llama viva.
Deseo arrancarte la piel de la cara y masticar con hambre la carne que
alguna vez te hizo sonreir como odio que sonrías. Deseo cortarte la garganta con el cuchillo que me acompaña desde hace tanto, desde
chiquito, hasta que la sangre fluya de tu cuello hasta mi boca.
Lo más importante de todo, es que deseo mantenerte vivo hasta el final, para que sufras, para escucharte gritar.
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