De la boca seca del joven escapaba el aliento exhaltado, cautivo dentro del pecho, deseoso de salir ante el latir del corazón que palpitaba a mil por hora. Bota entre los pulmones el pequeño caprichoso, y botaba infernalmente rápido esa tarde de lunes, haciendo temblar el cuerpo del pobre frente al éxtasis y la abstracción total, que, de tan hermosa, aterraba. Su alma rota era expulsada a través de este aliento, y, de boca en boca, comenzaba nuevamente a ser.
Se nota en la persona cuando está perdida, pues este desenfoque dota de un aire extraño. El joven flotaba en este aura magnificente de extrañez, y temblaba. Una lágrima humedeció su ojo, pero se negó a caer, cual gota adherida a la hoja de un árbol que huye de su destino de concreto.
Muerto en vida para los otros, solo viviendo ese instante, cerró los ojos, y besó.
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