jueves, 10 de octubre de 2013

Las Niñas

     Con todo el amor del mundo, con dolor, pero con deleite, las degolló, una por una. Fue una labor en seco. La luz brillaba sobre las cabezas muertas simulando un Sol eléctrico y amarillo. Pobres. Niñas. Ni un sonido más que la columna vertebral quebrándose, dándole paso al filo.
     Una vez pasada la tristeza inicial, el regocijo brilló en su cara con una sonrisa hambrienta. Tomó las cabezas aún con color desde el cuello, las dio vuelta y las ensartó, colgando cuidadosamente una a una en la más oscura catacumba. Una mazmorra negra, ligeramente húmeda, donde corría el viento más helado que alguna vez haya soplado desde las gargantas del cielo. Antes de cerrar las puertas, -"Voy a verlas a diario" -se prometió.
     Los cadáveres, minuto a minuto, comenzaron a perder su intenso color habitual, y tornaron a un marrón opaco y apagado, a veces rojizo. Cada vez que las visitaba, se frotaba las manos impaciente. Cada vez estaban más listas, hasta que un día...
     Con la misma hoja con que las había asesinado, rebanó un trozo de rostro y lo hizo mil pedazos. Lo olió, lo frotó entre sus dedos y se los metió en la boca para degustar su espera. No logró contener su alegría. Su crimen había valido la pena, era exactamente como venía deseando que fuese. Era hora. Tomó el picadillo de lo que alguna vez fue una de sus niñas, lenta y parsimoniosamente lo hizo arder, y sonrió.