Con todo
el amor del mundo, con dolor, pero con deleite, las degolló, una por una. Fue
una labor en seco. La luz brillaba sobre las cabezas muertas simulando un Sol
eléctrico y amarillo. Pobres. Niñas. Ni un sonido más que la columna vertebral
quebrándose, dándole paso al filo.
Una vez
pasada la tristeza inicial, el regocijo brilló en su cara con una sonrisa
hambrienta. Tomó las cabezas aún con color desde el cuello, las dio vuelta y
las ensartó, colgando cuidadosamente una a una en la más oscura catacumba. Una
mazmorra negra, ligeramente húmeda, donde corría el viento más helado que
alguna vez haya soplado desde las gargantas del cielo. Antes de cerrar las
puertas, -"Voy a verlas a diario" -se prometió.
Los
cadáveres, minuto a minuto, comenzaron a perder su intenso color habitual, y
tornaron a un marrón opaco y apagado, a veces rojizo. Cada vez que las
visitaba, se frotaba las manos impaciente. Cada vez estaban más listas, hasta
que un día...
Con la
misma hoja con que las había asesinado, rebanó un trozo de rostro y lo hizo mil
pedazos. Lo olió, lo frotó entre sus dedos y se los metió en la boca para
degustar su espera. No logró contener su alegría. Su crimen había valido la
pena, era exactamente como venía deseando que fuese. Era hora. Tomó el
picadillo de lo que alguna vez fue una de sus niñas, lenta y parsimoniosamente
lo hizo arder, y sonrió.
1 comentario:
teshrible
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