Piel, pelo,
sangre,
carne.
La boca inundada, hábil para beber, más no para masticar. Hábil para saborear, más no para disfrutarlo.
Lentamente, se suman. Ellas, pequeñas y saladas, modifican totalmente el girar de la lengua. Ellas, escurridizas, se cuelan entre los dientes en una explosión de sal que seca la boca y ¡de repente...!
Ardor,
amarga, la garganta se quiebra.
Una sensación de putrefacción, de masticar un cadaver de dos meses, pero líquido, color caramelo.
Sube desde el centro una horrible sensación de vacío , y un desmayo.
Al despertar, la boca, insaciable, pide más y más.
Cada vez se saborea menos la sangre
del labio propio, del miedo o la vergüenza.
Cada vez más, la lengua serpentea buscando un extremo, un
vidrio,
la sal.
Las papilas gustativas revientan furiosas ante tanto sabor mezclado, y el amargo, la sal, la putrefacción...todo se siente hasta en la parte última del paladar.
Ante tanto sabor, el que predomina
es el asco.
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