Él, que se preocupa si su pelo concuerda con su cara, que se acurruca a su lado cuando el viento cálido no sopla y el viento frío cruza el océano. Él, con sus rizos negros imparables liberados por un gorro de lana que solía encarcelarlos. Él, que haría lo que fuera por su amada. Él, que después de un tiempo se dio cuenta de lo mucho que le importaba, pero ya muy tarde era, tan tarde era.
Violeta Goldfeder (20/11/2013)
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